Las secuoyas son un árbol prehistórico. Vivó su época de esplendor hace millones de años y desde entonces su papel en la tierra se ha ido reduciendo. Existen aún zonas donde viven estos ejemplares extraordinarios, enormes en altura y en diámetro, y longevos como ninguno. La media de vida es de unos 800 años, pero hay árboles que han llegado a vivir 2000 años. A su lado uno se siente pequeño, insignificante. Verlos y sentirlos es algo muy dificil de explicar. Quizás por eso cuando se fundaron las Naciones Unidas en San Francisco se organizó un viaje de un día a
Muir Woods, un majestuoso bosque de secuoyas, para los delegados. En el bosque mágico se realizó un homenaje a
Franklin Delano Roosevelt, a quien la muerte un mes antes le evitó ver hecho realidad el proyecto en el que tanto había participado. Cuando una gran secuoya muere duele. Deja un vacío muy grande. Son 800 años de nuestra historia que se derrumban. Sin embargo la naturaleza es sabia y de ese tronco vive el musgo, toman cobijo los pájaros que antes no podían anidar, su cuerpo sirve de sustrato para otras secuoyas. Y sobretodo, entra la luz en el bosque tan oscuro, tupido por las otras secuoyas. Gracias a esa luz viven y crecen las plantas de casi un kilómetro a la redonda. De alguna forma esas plantas y esas otras secuoyas son hijas de la que se ha ido. Han tomado parte de ella. Ese es el ciclo que siempre debe seguir.
“Persons who love nature find a comom basis for understanding people of other countries, since the love of nature is universal among men of all kinds”
Dag Hammanskold
Secretario General ONU 1955
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